- Introducción
- Breve biografía de Timoteo
- Ocasión de la carta
- Estructura o plan general
- Introducción
- Epílogo
- Perspectivas doctrinales
Introducción
Breve biografía de Timoteo
Fue Timoteo uno de los colaboradores más unidos a Pablo y que gozó de su completa confianza. El libro de los Hechos lo nombra seis veces (Hch 16, 1; Hch 17, 14-15; Hch 18, 5; Hch 19, 22; Hch 20, 4) y dieciocho las epístolas paulinas, (Rm 16, 21; 1Co 4, 17; y 16, 10; 2Co 1, 1.19; Flp 1, 1; Flp 2, 19; Col 1, 1; 1Ts 1, 1; 1Ts 3, 2.6; 2Ts 1, 1; 1Tm 1, 2.18; 1Tm 6, 20; 2Tm 1, 2; Flm 1; Hb 13, 23). A base de estos datos podemos reconstruir bastante bien su biografía.
Había nacido en Listra, de padre gentil y de madre judía, y parece que fue convertido a la fe en el primer viaje misional de Pablo, tomándolo luego como auxiliar de apostolado al volver a pasar por Listra en el segundo viaje (Hch 16, 1-3; 2Tm 1, 5). Desde entonces, como son buena prueba los textos de Hechos y epístolas antes citados, aparece como compañero casi inseparable del Apóstol en sus viajes, y con él se halla también durante la prisión romana. Libre el Apóstol de la prisión y vuelto a Oriente, le encargó el gobierno de la iglesia de Éfeso. Parece que era de carácter algo tímido (1Co 16, 10) y de salud delicada (1Tm 5, 23). La tradición eclesiástica, ya desde Eusebio, le ha considerado como el primer obispo de Éfeso. El Martirologio romano celebra su fiesta, de obispo mártir, el 26 de enero.
Ocasión de la carta
Hay dos cosas ciertas: que Timoteo está en Éfeso (1Tm 1, 3) y que Pablo le escribe para instruirle en orden a la manera de comportarse en el gobierno de los fieles (1Tm 3, 15). También parece cierto que le escribe desde Macedonia, de donde pensaba regresar pronto a Éfeso (1Tm 1, 3; 1Tm 3, 14; 1Tm 4, 13)
Pero ¿a qué momento de la vida del Apóstol hay que referir estos hechos? Sabemos que la iglesia de Éfeso fue fundada por el Apóstol durante su tercer viaje misional, prolongando allí su estancia por espacio de tres años, probablemente los años 55-57, conforme a la cronología que juzgamos más probable y que en nuestro comentario hemos venido adoptando (Hch 19, 1-40; Hch 20, 31). De Éfeso, pasando por Macedonia, adonde había enviado delante a Timoteo (Hch 19, 22; 2Co 1, 1; 2Co 9, 2), Pablo va a Corinto (1Co 16, 5-8), y de allí a Jerusalén, donde le cogen prisionero (Hch 20, 3-21.33). Es evidente, pues, que la carta no puede estar escrita antes de la cautividad romana de Pablo: la situación histórica que supone (Timoteo encargado de la iglesia de Éfeso, y Pablo en Macedonia con intención de volver pronto a Éfeso) no encaja en esas fechas. Además, todo da impresión en la carta de que la iglesia de Éfeso no estaba en los comienzos, sino bastante desarrollada, pues Pablo habla de errores ya extendidos (1Tm 1, 3-4; Hch 20, 29) y encarga a Timoteo que no elija para el episcopado a los "neófitos" (1Tm 3, 6). Aunque por falta de datos no nos es posible reconstruir con seguridad el orden de los hechos, lo más probable es que el Apóstol, una vez liberado de la prisión romana, realizase su proyectado viaje a España (Rm 15, 24-28), volviendo luego a Oriente, conforme a intenciones también anteriormente manifestadas (Flm 1, 22). Estando en Oriente, probablemente en Macedonia, escribió esta carta a Timoteo, a quien poco antes había dejado encargado del gobierno de la iglesia de Éfeso. Tenía esto lugar entre los años 64-67.
Estructura o plan general
El contenido de esta primera carta a Timoteo, al igual que el de la segunda y el de la de Tito, es de carácter esencialmente pastoral. Trata San Pablo de instruirle acerca del ejercicio de su ministerio, para lo que da avisos muy concretos, hasta el punto de que en esta carta, al igual que en las otras dos, podemos ver ya los comienzos del derecho eclesiástico. No un derecho frío y esquematizado, sino un derecho encarnado en la vida cotidiana del pastor con su grey.
A continuación damos el esquema de la carta:
Introducción
1Tm 1, 1-2. Saludo epistolar
Cuerpo de la carta: Instrucciones a Timoteo para el gobierno pastoral de Éfeso 1Tm 1, 3-1Tm 6, 19.
1) Hay que salvaguardar la verdadera doctrina 1Tm 1, 3-20.
2) Cómo debe estar organizado el culto público 1Tm 2, 1-15.
3) Los ministros sagrados 1Tm 3, 1-16.
4) Los falsos doctores y modo de combatirlos 1Tm 4, 1-16.
5) Comportamiento con los fieles, según sus diversos estados 1Tm 5, 1-6.
6) Nueva puesta en guardia contra los falsos doctores 1Tm 6, 3-19.
Epílogo
1Tm 6, 20-21. Recomendaciones finales y bendición.
Perspectivas doctrinales
En esta carta -y lo mismo vale para las otras dos de su grupo- , más que de precisar el mensaje cristiano, que se considera cosa ya hecha, se trata de poner en guardia contra innovaciones arbitrarias. Ese mensaje es como un "depósito" recibido, que hay que custodiar y transmitir a través de determinados dirigentes cuidadosamente elegidos (1Tm 6, 20; 2Tm 2, 2). Entre estos dirigentes, aparte Timoteo y Tito que aparecen con poderes especiales (1Tm 1, 3-18; 1Tm 3, 15; 1Tm 4, 6.14; 1Tm 5, 22; 1Tm 2, 2; 1Tm 4, 2-5; Tt 1, 5; Tt 2, 15), se habla expresamente de "obispos" (1Tm 3, 2); Tt 1, 7), "presbíteros" (1Tm 5, 17-19); Tt 1, 5) y "diáconos", (1Tm 3, 8-13), con funciones muy concretas respecto de los fieles.
Es este aspecto precisamente, el relativo a la organización eclesiástica, el que da su matiz más característico a estas cartas: errores que hay que combatir (1Tm 1, 3-4), Iglesia de Dios que es columna y sostén de la verdad (1Tm 1, 15), ministros sagrados que están al servicio de esa Iglesia (1Tm 3, 5). Son éstos los tres puntos que en esta introducción a 1 Timoteo vamos a tratar de presentar en visión de conjunto. Aunque lo hacemos aquí, en realidad tendremos presentes también la II a Timoteo y la de Tito, pertenecientes al mismo marco histórico.
Los errores combatidos. Es un tema al que Pablo alude con mucha frecuencia, encargando expresamente a Timoteo y a Tito que se opongan valientemente a esos errores (1Tm 1, 3-4; 2Tm 4, 1-5; Tt 1, 10-11; Tt 2, 15), y si sus promotores no hacen caso, que se separen de ellos (Tt 3, 10-11; 1Tm 1, 20).
No es fácil precisar el contenido y naturaleza de esos errores a que apunta San Pablo. Hay algunas alusiones concretas, como negación de la resurrección, (2Tm 2, 18), y prohibición del matrimonio y de ciertos alimentos (1Tm 4, 3; Tt 1, 14-15); pero, aparte de esas doctrinas heterodoxas en materia concreta, prevalece la orientación de considerar a esos agitadores como gente indisciplinada y superficial que, sin mandato alguno, se infiltraban en las comunidades. Pablo dice de ellos que están llenos de orgullo (1Tm 6, 4-20); 2Tm 4, 3), gustan de fábulas y genealogías (1Tm 1, 4; 1Tm 4, 7; Tt 1, 14; Tt 3, 9) y de introducirse entre el elemento femenino (2Tm 3, 6), discuten de todo (2Tm 2, 16-17; Tt 1, 10) y ven en la religión una oportunidad para sacar provecho (1Tm 6, 5; Tt 1, 11). Parece que eran de origen judío, pues Pablo habla de "fábulas judaicas" (Tt 1, 14; Tt 3, 9; 1Tm 1, 7), y encarga a Tito que no se fíe de los de la "circuncisión" (Tt 1, 10-11).
Entre los críticos ha sido corriente la opinión de ver ahí aludidos los errores gnósticos que el autor de las Pastorales trataría de refutar: (1Tm 1, 3-4), contra las genealogías y emanaciones de eones; (1Tm 4, 1-7), contra la prohibición del matrimonio, del que, según los gnósticos, los pneumáticos debían abstenerse para no contribuir a la propagación de la especie humana y prolongar así la cautividad de los espíritus en la materia. Sin embargo, nada hay en los textos paulinos que nos autorice a estas identificaciones. Probablemente estos agitadores judaizantes, que "alardean de conocer a Dios" (Tt 1, 16; 1Tm 6, 20), pertenecen a la misma corriente esenia de Qumrán, que parece estaba muy difundida, y de la que ya hablamos en la introducción a Colosenses. Son tendencias que preceden al "gnosticismo" ya perfilado en los tres primeros siglos, y que muy bien podemos llamar "pre-gnósticos." Es una "pre-gnosis" -dice Gerfaux -que en Alejandría se vincula más a la filosofía y a la contemplación, mientras que en Asia Menor y en Siria va más bien hacia la mitología y la magia.
La Iglesia, casa de Dios y columna-sostén de la verdad: No creemos equivocarnos si decimos que la raíz o punto de arranque de toda la trama de las Pastorales, orientando la actuación de Tito y Timoteo, puede verse apuntada en ese texto con que se describe a la Iglesia: "casa de Dios, columna y sostén de la verdad" (1Tm 3, 15). Precisamente porque la Iglesia es "casa de Dios, columna y sostén de la verdad," tienen su razón de ser todos esos consejos y amonestaciones que Pablo da a sus colaboradores en la obra evangélica. Son dos imágenes que se superponen, sumamente expresivas, con las que el Apóstol nos da a conocer cuál es la idea que él tiene de la Iglesia. Directamente está refiriéndose a la iglesia de Éfeso, que es donde debe actuar Timoteo, pero es claro que, en el fondo, su pensamiento va a la Iglesia universal, de la que Éfeso es sólo una pequeña parcela.
Tratemos de precisar el significado y alcance de la expresión paulina. Y, primeramente, la imagen casa de Dios. Esta imagen puede tomarse en doble sentido: sea con significado de familia de Dios, idea que San Pablo deja entrever con frecuencia en sus cartas (Rm 8, 15.29; Ga 6, 10; Ef 2, 19; Hb 3, 5-6) y cuyo sentido tiene ciertamente en (1Tm 3, 4-5), sea con significado de edificio, o templo de Dios, idea que también deja entrever frecuentemente el Apóstol (1Co 3, 16-17; 2Co 6, 16; Ef 2, 21; Ef 4, 12; 1P 2, 4-5) Y que aquí parece aconsejar la expresión (de motivo arquitectónico) que la sigue: "columna y sostén" de la verdad. Lo más probable es que en la mente de Pablo, al presentar a la Iglesia como "casa de Dios," anden juntos ambos sentidos.
En efecto, es obvio pensar que para Pablo, lo mismo que para cualquier judío, la expresión "casa de Dios," de tan hondas raíces veterotestamentarias (Gn 28, 22; 1S 1, 24; 1R 8, 10-11; 2R 21, 4; Esd 6, 3; Sal 27, 4; Ez 43, 5), evocase en primer lugar la idea de presencia de Dios en medio de su pueblo, concretamente para Pablo el pueblo cristiano. Para los israelitas, esa presencia divina estaba como concentrada en un templo o lugar material; para Pablo, en cambio, ya no era así, sino que la misma comunidad cristiana era considerada como un edificio en el Espíritu Santo, (1Co 3, 9-13; 1Co 14, 4-5; 2Co 13, 10; Rm 15, 20), un templo humano donde Dios moraba (1Co 3, 16-17; 2Co 6, 16; Ef 2, 21) y del que son los cristianos las "piedras vivas" (1P 2, 4-5). Ello quiere decir que, para la concepción de Pablo, es en la Iglesia -nuevo templo que sustituye al de Jerusalén- donde Dios se hace presente, viniendo al encuentro de sus fieles: les habla por medio de la Escritura, se manifiesta por medio de los carismas, recibe el culto de los suyos, y todo bajo la vigilancia de los pastores que, como administradores o ecónomos de Dios, (1Tm 3, 4-5; Tt 1, 7), han de administrar y regir su "casa" (1Tm 1, 3-4; 1Tm 2, 8-15; 1Tm 4, 14-16; 1Tm 6, 20-21; 2Tm 1, 13-14; 2Tm 2, 1-2; 2Tm 4, 1-4; Tt 1, 5-9; Tt 2, 1-10; Tt 3, 8-11). A esta imagen de "templo," así explicada, está íntimamente vinculada la de "familia," pues esas "piedras vivas" injertadas en Cristo, que son los cristianos, forman una especie de familia, de la que Dios es padre y señor (Rm 14, 1-12; Ga 6, 10; Ef 2, 19-22). Lo que constituye la unidad de "familia" es la fe o respuesta del hombre a la llamada de Dios; y, aunque en todo momento y circunstancia somos "familia" y "templo de Dios," lo somos sobre todo al reunimos como en familia en las asambleas cultuales.
Hasta aquí, la imagen "casa de Dios"; a ella añade San Pablo la de "columna y sostén" de la verdad, tomada también del mundo de la construcción. Si con la primera, de significado más amplio, se apunta a la naturaleza misma de la Iglesia, con la segunda se mira más bien a su misión en el mundo, como guardiana de la verdad o, lo que es lo mismo, de la revelación de Dios en Cristo (1Tm 3, 16; 1Tm 6, 20; Jn 1, 17). Tenemos aquí lo que no tardará en llamarse poder magisterial de la Iglesia. En realidad, esto no es sino consecuencia de lo primero, es decir, de que Dios habita en la Iglesia.
Es posible que la imagen "columna-sostén," aplicada a la Iglesia, se la haya sugerido a Pablo la espléndida columnata del templo de Artemisa en Éfeso, bien conocida de Timoteo y de los lectores de la carta; a ese mismo marco imaginativo pertenecería también la expresión "grande es el misterio de la piedad" (1Tm 1, 16), especie de contrapunto a las aclamaciones de los efesios en favor de Artemisa (Hch 19, 34) Pablo no hace sino designar de otro modo lo que antes llamó simplemente "verdad." Sea de eso lo que fuere, lo cierto es que Pablo considera a la Iglesia como "columna-sostén" de la verdad: del mismo modo que en un edificio las columnas con sus basamentos sostienen toda la construcción, así hace la Iglesia, casa-familia de Dios, respecto de la verdad o revelación en Cristo. Esta firmeza y solidez de la Iglesia, manteniendo incólume la doctrina revelada, la vuelve a poner de relieve San Pablo en su segunda carta a Timoteo, cuando escribe: "Pero el sólido fundamento de Dios se mantiene firme" (2Tm 2, 19). Ese "sólido fundamento de Dios," que, según otras perspectivas, es Cristo (1Co 3, 11), o son los apóstoles (Ef 2, 20; Ap 21, 14), aquí parece claro que es, conforme pide el contexto, la fe de la Iglesia, pues con esas palabras muestra Pablo su alegría porque, no obstante la defección de algunos, como Himeneo y Fileto, el conjunto de la comunidad cristiana permanece fiel.
Añade Pablo que, a semejanza de lo que sucede en muchos edificios públicos, sobre ese "sólido fundamento" que es la Iglesia hay insculpida una doble inscripción-sello: "El Señor conoce. Apártese de la iniquidad" (2Tm 2, 19). Estos sellos-inscripciones apuntaban, según los casos, a diversas finalidades, como la de señalar la propiedad (2Co 1, 22; Ef 1, 13; Ef 4, 30; Ap 7, 3-4) o la autenticidad, (Rm 4, 11; 1Co 9, 2); en nuestro caso parece que se apunta más bien a señalar el destino y carácter de la Iglesia. La primera inscripción hace referencia a la ciencia de Dios que conoce a todos los que son suyos y los pone a seguro o, lo que es lo mismo, la Iglesia-casa de Dios no desviará jamás de la recta doctrina; la segunda inscripción indica que todo el que pertenece a Cristo y entra en el edificio-familia de la Iglesia, debe necesariamente renunciar al pecado, llevando visible ante el mundo esta condición o, lo que es lo mismo, la Iglesia es santa por naturaleza (2Co 1, 21-22; Ef 5, 26-27; Tt 2, 14). Verdad y santidad, dos caracteres indelebles de la Iglesia que nadie podrá quitarle.
Los ministerios eclesiásticos. Dada la importancia del tema, séanos permitido coger las cosas desde un principio para luego centrarnos en las Pastorales. Es un hecho, como aparece por el conjunto todo de los escritos neotestamentarios, que el cristianismo nació muy vinculado al judaísmo, hasta el punto de que en un principio los fieles, todos de procedencia judía, no tenían inconveniente en seguir asistiendo a las funciones del Templo (Hch 2, 46; Hch 3, 1). Pronto, sin embargo, comienza a irse acentuando la separación, de las que son claro testimonio las cartas paulinas y el libro de los Hechos. Al frente de ese movimiento cristiano, y como sus responsables, aparecen siempre los Doce, a los que muy pronto es agregado Pablo (Hch 1, 21-26; Hch 15, 1-2; 1Co 15, 1-11; Ga 1, 11-24). Esto es totalmente claro.
Pero los Apóstoles no están solos en la función directiva. A su lado y colaborando con ellos, aparecen muy pronto otros personajes encargados también de funciones directivas en la comunidad. De ello es asimismo testimonio lo mismo el libro de los Hechos que las cartas paulinas, antes ya de las Pastorales. Por lo que se refiere al libro de los Hechos, notemos estos nombres: "apóstoles" (Hch 14, 4.14), "profetas y doctores" (Hch 13, 1; Hch 15, 32), "evangelistas" (Hch 21, 8), "presbíteros" (Hch 11, 30; Hch 14, 23; Hch 15, 2-23; Hch 16, 4; Hch 20, 17/; Hch 21, 18), "obispos" (Hch 20, 28) y "diáconos" (Hch 6, 1-6). Por lo que se refiere a Pablo, encontramos los mismos nombres: "apóstoles-profetas-doctores-evangelistas" (1Co 12, 28; Rm 12, 6-8; Ef. 4, 11), "obispos y diáconos" (Flp 1, 1), faltando únicamente el de "presbíteros" en sus escritos anteriores a las Pastorales. A su vez, Pablo habla también, sin designarlos con nombre propio, de "los que presiden y amonestan" (1Ts 5, 12), término éste de "presidencia" (ó p???st?µe???), que vuelve a usar al hacer la lista de carismas (Rm 12, 8; 1Co 12, 28) y que también usará en las Pastorales aplicado a los "presbíteros-obispos" (1Tm 3, 4-5; 1Tm 5, 17) Y a los "diáconos" (1Tm 3, 12).
Estos son los hechos. En orden a conclusiones, será conveniente proceder por partes. La primera conclusión, y ésta incontrovertible, es la de que, como dijimos antes, junto a los apóstoles, y colaborando con ellos, aparecen ya desde un principio otros personajes que toman también parte en la dirección de las comunidades. Otra cosa es el que podamos determinar con precisión cuáles eran los servicios o funciones asignadas a cada uno de esos nombres. Parece ser, a juzgar por todos los indicios, que los "apóstoles" tenían como misión característica la de difundir el Evangelio allí donde no había sido aún predicado. Tal parece ser el sentido en no pocos lugares de las cartas de Pablo (1Co 9, 5; 1Co 12, 28; 2Co 11, 5-13; 2Co 12, 11; Rm 16, 7; Ef 2, 20; Ef 3, 5; Ef 4, 11) y también en Apocalipsis (Ap 2, 2-3) y en la Didaché (11, 3-6). Respecto a los "profetas y doctores," de que también nos habla la Didaché (15, 1-2), parece que desarrollaban su misión sobre todo en la liturgia comunitaria (Hch 13, 1-3; 1Co 14, 1-40), y eran designados con esos nombres por razón de la función que desempeñaban: los que anuncian el mensaje bajo el impulso e iluminación del Espíritu (= profetas) y los dedicados a la instrucción cristiana ordinaria (= doctores). Por lo que toca a los "evangelistas," disponemos de muy pocos datos. La Didaché no habla nunca de ellos. En los Hechos sólo se nombran una vez aplicando el título a Felipe (Hch 21, 8), al paso que Pablo los menciona dos veces: en Efesios (Ef 4, 11), formando lista con los "apóstoles-profetas-doctores," y en 2Tm 4, 5, encargando a éste que "haga obra de evangelista." Lo más probable es que se trate de misioneros ambulantes del Evangelio, ocupando junto con los "apóstoles" y detrás de ellos el puesto de vanguardia de la predicación cristiana. Este título de "evangelista" parece que siguió usándose bastante tiempo en la Iglesia, una vez que había desaparecido ya el de "apóstol," reservado prácticamente a los Doce y a Pablo.
En cuanto a "presbíteros-obispos-diáconos," son tres términos que han quedado consagrados definitivamente en el lenguaje cristiano, y sus funciones son puestas muy de relieve en las Pastorales: presbíteros (1Tm 5, 17-19; Tt 1, 5-6), obispos, (1Tm 3, 2-7; Tt 1, 7-9), diáconos (1Tm 3, 8-13). Todo hace suponer que el término "presbítero," en su aplicación dentro de la Iglesia, tuvo su origen en el ámbito palestinense (Hch 11, 30), y de allí pasó al cristianismo helenístico; lo contrario habría sucedido con el término "obispo", nacido más bien en las comunidades helenistas ( Flp 1, 1), no en las palestinenses. Parece que en la época en que fueron escritas las Pastorales se había hecho ya la fusión de ambos términos, y las funciones vendrían a ser las mismas (1Tm 3, 2-7; Tt 1, 5-9); es decir, al hablar de "presbíteros" y de "obispos," no se apunta a personajes de categoría distinta, como sucede en la actualidad, sino que hay sinonimia entre ambos términos. Desde luego, no hay texto alguno bíblico en que aparezca la fórmula "obispo y presbíteros", u otra equivalente, que supusiera distinción. Esto lo encontramos por primera vez en las cartas de San Ignacio de Antioquía, donde aparece el "obispo" en el vértice de la jerarquía y debajo de él los "presbíteros" y "diáconos".
Hay autores, como el P. Spicq, que creen que las Pastorales suponen ya un paso adelante respecto de los otros escritos neotestamentarios, pues se habla siempre de "obispo" en singular (1Tm 3, 2; Tt 1, 7), y no en plural, como anteriormente (Flp 1, 1); (Hch 20, 28); ello sería indicio de que el "obispo" era ya único en cada comunidad. No que fuera como el de las cartas de San Ignacio de Antioquía, de rango o dignidad superior a la de los "presbíteros," pues nunca se habla de subordinación especial de éstos a él, sino que, aun siendo uno de entre los "presbíteros," tendría una función especial, la episcopé o presidencia.
Aunque la teoría es seductora, hemos de confesar que la razón alegada, es, a saber, que el término "obispo" se emplea en singular, no logra convencernos. Puede muy bien tratarse de un singular genérico, y concretamente en el caso de (Tt 1, 7), eso está pidiendo claramente el contexto: "Te dejé en Creta para que constituyeses por las ciudades presbíteros que sean irreprochables, pues es preciso que el obispo (todo obispo) sea inculpable," etc. El razonamiento carecería de lógica si los términos "presbítero" y "obispo" no fuesen equivalentes, igual que en ( Hch 20, 17.28). Decir, como hace el P. Spicq, que la intención del Apóstol apunta al "obispo," no a los "presbíteros," y que, si encarga a Tito que elija "presbíteros" irreprochables, es porque de ellos ha de salir el "obispo," nos parece un pensamiento demasiado alambicado, que es posible, absolutamente hablando, pero que no tenemos necesidad ninguna de introducir aquí. En la carta de Clemente Romano (a.95), donde se habla también con frecuencia de "presbíteros" (cf. 1Tm 44, 5; 1Tm 47, 6; 1Tm 54, 2; 1Tm 57, 1) y "obispos" (cf. 1Tm 42, 3-4; 1Tm 44, 4), todo da la impresión de que los términos siguen siendo sinónimos.
La función de estos "presbíteros-obispos," sin que queden excluidas tareas de administración (Hch 11, 30), era velar por los intereses espirituales de la comunidad con funciones de tipo doctrinal y de gobierno (Flp 1, 1; 1Tm 3, 2-5; 1Tm 5, 17; Tt 1, 5-9; Hch 15, 2-23; Hch 20, 28; Hch 21, 18); St 5, 14; 1P 5, 1-5). Sería aventurado pretender precisar hasta dónde se extendían sus atribuciones, dada la escasez de datos en que tenemos que movernos. Sin embargo, todo da la impresión de que esos "presbíteros-obispos," que dirigían la vida espiritual de los fieles, y que aparecen como algo regularmente establecido en todas las iglesias, no gozaban del poder de instituir nuevos dirigentes ministeriales, que será lo más característico del "obispo" posterior, pues aparecen sujetos a otros, como Timoteo y Tito, que son los que instituyen esos ministros y a los que Pablo da instrucciones a este respecto, (1Tm 3, 1-15; Tt 1, 5-9).
En cuanto a la función de los "diáconos," todo hace suponer, dadas las condiciones exigidas, que estaban especialmente encargados de los bienes temporales y del cuidado de los pobres, (1Tm 3, 8-13; Hch 6, 1-6). Ciertos textos, (1Tm 3, 11; Rm 16, 1) permiten deducir que estas funciones diaconales eran confiadas, a veces, a las mujeres.
Un punto que nos interesaría mucho saber es el de poder precisar cómo se llegaba a esas funciones. Ante todo, notemos que es a Tito y a Timoteo a quienes se dan instrucciones para que haya aptos ministros eclesiásticos. ¿Existía de por medio algún rito? A este respecto, es de suma importancia lo que explícitamente dice Pablo con referencia a Timoteo, es, a saber, que ha sido integrado en el orden de los ministerios eclesiásticos mediante la imposición de manos (1Tm 4, 14; 2Tm 1, 6). Y lo que dice de Timoteo es claro que vale lo mismo para los otros colaboradores del Apóstol e incluso para los "presbíteros-obispos" que Timoteo y Tito deben establecer, pues es sólo aplicación de algo que se supone más general (1Tm 5, 22; Hch 14, 23). Y si Timoteo, a través de una imposición de manos, recibe un carisma que ciertamente implica presidencia y autoridad (1Tm 5, 20; Tt 2, 15), ¿por qué no aplicar eso mismo como lo más lógico a los que "amonestan y presiden" (1Ts 5, 12-13) y a los señalados con funciones de "gobierno" en (1Co 12, 28; Rm 12, 3)-8 Igual se diga de los "obispos" y "diáconos" de (Flp 1, 1) Pruebas positivas no las hay; pero, si ésa era la práctica en la época de las Pastorales, ningún motivo hay para dudar de que no fuera así ya desde un principio, conforme deja entender el texto de (Hch 6, 6). Incluso podemos incluir dentro de la misma perspectiva a los "apóstoles-profetas-doctores-evangelistas", de que Pablo ha hablado en sus cartas anteriores, pues también ellos, conforme explicamos al comentar (Hch 13, 1-3), pertenecían al ministerio regular eclesiástico, igual que los "obispos-presbíteros" y "diáconos."
Queda, finalmente, el problema de la sucesión apostólica. ¿Dice algo Pablo al respecto? Creemos que sí. En la segunda carta a Timoteo, reflejo de las últimas preocupaciones del Apóstol (2Tm 4, 6-8), le encarga expresamente: "Lo que de mí oíste ante muchos testigos, encomiéndalo a hombres fieles, capaces de enseñar a otros" (2Tm 2, 2). Tenemos, pues, claramente la idea de sucesión: el Apóstol, primer testigo ("lo que de mí oíste"); Timoteo, primer destinatario; finalmente, hombres fieles, sin determinación individual, como perdidos en un futuro desconocido, pero ya particularizados en cuanto hay que ajustarse a unas normas de elección de candidatos. No mucho tiempo después Clemente Romano, de fines del siglo I, nos ofrecerá un testimonio de suma importancia a este respecto. Trata Clemente de poner el ministerio eclesiástico al abrigo de toda revuelta popular, y alega éste como motivo decisivo: el nombramiento de los oficios eclesiásticos no parte de la competencia de los fieles, sino que está estrictamente reservado a los Apóstoles, que recibieron tales poderes del Señor y establecieron normas para la creación de nuevos ministros (cf. 1Tm 3, 1-4; 1Tm 3, 1-2).
Quiénes sean concretamente esos sucesores de los Apóstoles, no es ya cuestión bíblica. La Iglesia católica, apoyada en la tradición, habla de los Obispos. Naturalmente, al hablar de "obispos," en modo alguno se quiere decir que haya exacta correspondencia con los que en los escritos neotestamentarios llevan esa denominación; la cuestión de nombre importa poco, y más bien hemos de pensar que no es precisamente a través de los llamados "presbíteros-obispos" en la Biblia como los Obispos vienen a ser sucesores de los Apóstoles, sino a través de otros que, como Tito y Timoteo, gozaban de poderes ministeriales mucho más amplios, al menos al final de la vida del Apóstol, y a quienes se pide que continúen la obra comenzada por ellos (Tt 1, 5; 2Tm 4, 5-6).
Es posible que, al principio, estos colaboradores de los Apóstoles, incluso después de la muerte de éstos, continuasen con cierto carácter ambulante, sin sujetarse a una ciudad determinada, de modo parecido a los "apóstoles-profetas-doctores-evangelistas," a que antes aludimos, y entre los cuales quizás pudiéramos buscar también a los verdaderos Obispos. Pero sea lo que fuere de ese carácter inicialmente ambulante, pronto las cosas se irán estabilizando, a base de pequeñas parcelas o diócesis bajo un jefe único, como se refleja en las cartas de San Ignacio de Antioquía, sin que sea aventurado suponer que en todo esto pudo tener gran influjo el apóstol San Juan Ap 2, 1-Ap 3, 22.